Como ya les conté anteriormente, recorrer este camino sinuoso no hubiera sido posible, en mi caso, sin el apoyo de mi familia y amigos más cercanos. Al principio, debemos saber que es posible que sea difícil, que no nos entiendan, sobre todo si nos sentimos mal y debemos explicarles que necesitamos hacer un cambio por el bien de nuestra salud.
Es imprescindible primero hacer el cambio en uno para después trasladarlo a la familia
Es más fácil primero realizar el cambio en uno mismo y después hacerlo extensivo a nuestra familia y al resto de las personas en nuestra comunidad. Comer sano y conscientemente como respuesta a un problema de salud puede resultar en que, al principio, quienes nos rodean se nieguen a realizar cambios en sus hábitos por asociarlo con algo negativo: nuestra enfermedad o malestar. Pero no hay mejor manera de convencer a otro de los cambios positivos que la alimentación tiene en nuestra salud que con nuestro ejemplo.
Les cuento mi caso: mi marido debía bajar el colesterol y también bajar de peso. Le propuse comer mi misma comida de lunes a viernes, llevándose viandas caseras a la oficina y el fin de semana comer sano, pero darse algún gusto. Accedió a este desafío cuando le aseguré que, además, seguramente iba a perder peso de manera paulatina. Y así fue: comió rico, sano y variado, se dio los gustos durante los fines de semana, pero con moderación y no solamente disminuyó los niveles de colesterol sino además ¡bajó 7 kilos! El desafío siempre es mantener este estilo de vida sano a lo largo del tiempo.
Con nuestros hijos, a veces resulta más complicado que incorporen hábitos saludables. ¿Qué podemos hacer para ayudarlos?
- Enseñar con el ejemplo. Si nuestros hijos ven que comemos sano y que practicamos deporte, ellos tarde o temprano nos van a imitar.
- Comenzar reemplazando algunos productos por su versión más sana: sal fina por sal marina, azúcar blanca por azúcar mascabo, arroz blanco por arroz yamaní o integral, harina de trigo por harina integral (para los que no son celíacos) y leche de vaca por leches vegetales, como leche de almendras. También se pueden hacer milanesas -al horno- con rebozador de harina de arroz o cambiar la manteca por el ghee (manteca clarificada).
- Fijar metas alcanzables para los chicos. Por ejemplo comer sano y natural de lunes a viernes y los fines de semana comprar algunos productos o comidas que a ellos les guste.
- Ampliar la variedad de productos con los que nuestros hijos se alimentan en casa. Incorporar muchas verduras, crudas y cocidas, frutas, frutos secos, semillas.
- Explicarles que nuestra elección no es por capricho, es por salud. Y que además, es una tendencia a nivel mundial a raíz de los cambios que ha producido la mano del hombre en los procesos de la tierra, los cultivos, la cría de ganado, etc.
- No debemos olvidar que nuestros hijos están inmersos en una sociedad que en general no se alimenta bien. Cuando son chicos es más fácil determinar lo que comen, pero a medida que van creciendo y entrando en la adolescencia, se complica más ser diferente al resto. No hay que desesperarse, yo estoy convencida que el día de mañana ellos van a valorar nuestras enseñanzas y sabrán lo que es bueno para su bienestar.
En cuanto a nuestra familia y entorno, también hay que aprender que no podemos esperar que todo el mundo nos entienda y se preocupe por uno: uno es el principal responsable de velar por su salud. Así me convertí en “detective de ingredientes” en los restaurantes y supermercados, llevando mi propia comida o comiendo antes de asistir a eventos grandes donde no puedo controlar la elaboración de la comida sin gluten. Este es el principal aprendizaje a incorporar.